El granadino malafollá es un personaje único, una mezcla de sarcasmo y gracia natural que no se aprende, se lleva en la sangre. Para entender mejor esta esencia, aquí va un decálogo de expresiones que forman parte de la vida diaria de cualquier granadino que se precie. Si escuchas “bocaná”, no te extrañes. Una bocaná es una tontería o comentario fuera de lugar, como cuando alguien suelta algo que no tiene ni pies ni cabeza y alguien le responde: “¿Qué bocaná es esa?”. A este nivel le sigue la “chuminá”, que es ese tipo de estupidez que te hace levantar una ceja y soltar un “no sé ni por qué me molesto en responder a semejante chuminá”.
Luego está el estado de estar “apollardao”. Aquí hablamos de ir por la vida como en las nubes, a cámara lenta, sin enterarse de nada. “¡Qué apollardao está este!”, diría cualquier granadino al ver a alguien medio atontado. Claro, a esa edad es común, porque el “chavea” es siempre el culpable de todo. Si pasa algo raro, fijo que “ha sido ese chavea”, aunque sea el más inocente del grupo. Eso sí, que nadie le meta bulla, que aquí las prisas se toman con calma. En Granada, la bulla es un concepto abstracto, algo así como “relájate, que las cosas van a su tiempo”.
Ahora bien, cuando un granadino dice que está “enmallao”, es que tiene hambre, y no cualquier hambre: es esa sensación de devorar lo primero que vea. La típica frase es “estoy enmallao, dame una mihilla de pan”. Porque, sí, una mihilla es suficiente para engañar un poco el hambre, aunque no sea un banquete. Y si ves a alguien sorprendido, no te extrañe escuchar un “¡la vín!”, esa expresión que no es más que una forma rápida de decir “la virgen”, normalmente acompañada de ojos bien abiertos por el asombro.
En Granada, cuando te piden un “mandaillo” no te están pidiendo mucho, solo un recado, uno de esos clásicos de “ve al súper y tráeme un mandailo de pan”. Pero, cuidado, que si a alguien le dices que es un “cipollo”, no es cualquier insulto. Es llamarlo tonto, sin remedio, con ese toque de malafollá que solo un granadino puede darle. Y hablando de malafollá, si un granadino suelta un “calamonazo” es que alguien se ha llevado un golpe serio en la cabeza; nada de tonterías, estamos hablando de un impacto digno de compasión.
Si alguna vez escuchas a alguien decir que otro está “enhortao”, lo que en realidad quiere decir es que esa persona está completamente despistada, mirando al horizonte sin enterarse de nada. Y, por último, el clásico “no ni ná” es la joya de la corona granadina. Es la forma de decir “claro que sí” pero con estilo, con seguridad, y con toda la mala follá del mundo, por supuesto. Porque en Granada, ni las afirmaciones se hacen sin arte.